domingo, 25 de mayo de 2008

Del gris al amarillo




Ha llovido, y el cielo continua con ese gris cargado de humedad. Parece que estos días son especialmente indicados para el recuerdo. Son de estos días que te das cuenta que vives en una soledad absoluta aunque estás rodeado de gente. Eres simpático y campechano mientras no representas el más mínimo problema. Eres estupendo cuando das, pero eres un maldito cuando necesitas.

Hay pequeños detalles en la vida que desaparecen. Quizás por ser tan minúsculos pasan desapercibidos, no forman parte de la historia y sin embargo, cuando algunos hechos los traen a nuestra mente, los saboreamos como bombones que han endulzado nuestra vida.

Actualmente, este mundo que veo a mi alrededor es totalmente falso, fruto de una necesidad de dinero que es casi imposible ya de satisfacer. Unos poderes que nos mienten y manipulan constantemente y una industria que intenta por todos los medios que no pensemos. Los niños pequeños, que todavía no son conscientes de esta vorágine, te muestran la verdad. Últimamente le di a mi nieta un montón de peluches para jugar y ella se paso todo el rato jugando con el cucharón y la espumadera de la cocina. Ella necesitaba el cucharón y la espumadera, los peluches los necesitaba yo para sentir que le daba un "juguete".

Es por estas razones que han venido a mi mente algunos de los juguete "supercaros" y "superfasssssion" que me hicieron muy feliz en mi calle de Jesús...

Desarmando dos pinzas de la ropa y montándolas, no me acuerdo de que manera, salían unas pistolas estupendas. Con tres de las partes de madera y uno de los muelles, se hacía la pistola y la parte de madera que quedaba era la munición. ¡Cuantas pinzas hemos estropeado a nuestras madres para hacernos estas pistolitas!.

Una vez armado con mi pistola de pinzas, ya estaba listo para bajar a jugar con mi novia Mari Carmen y ese día era especialmente indicado para cazar "parotets".

En verano, la calle se llenaba de “parotets” (libélulas). De entre todos destacaba el “parotet de basa”, era el más grande y daba unos bocados que te hacían sangrar.
Los chiquillos los cogíamos cantando aquello de “parotet, parotet que t’agarre del culet” (libélula, que te cojo del culito) y acercándonos por la retaguardia, muy lentamente, cogíamos al desprevenido “parotet” del “culet”. Después, o lo soltábamos o le atábamos un hilo de coser a la cola y lo llevábamos como si fuera una mascota voladora.

Y ya tenemos a Paquito armado con su pistola de pinzas y a Mari Carmen con su mascota volando al extremo del hilo de coser.

Seguramente también llevaríamos una jaula para grillos y moscas, por si cazábamos algo.

Cortábamos un tapón de corcho en rodajas de unos 5 mm y a dos de ellas, las traspasábamos con alfileres dejando una como tapadera de la jaula y la otra como base, al medio quedaban las alfileres que eran los barrotes de la pequeña cárcel. Después solo quedaba atrapar un grillo pequeño o una mosca, meterla dentro y ya teníamos nuestra caza en la jaula.

Y con esto, éramos muy felices. Yo no recuerdo haber llorado jamás por no poder tener un juguete y, desde luego, no lo hubiera pasado mejor rodeado de juguetes electrónicos ni mascotas virtuales y, como un hombre que ha ahorrado su dinero y de mayor vive de estas rentas yo sigo siendo feliz con los recuerdos atesorados de mi calle de Jesús y un mundo mucho menos rico pero infinítamente mas humano.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comentarios