miércoles, 3 de septiembre de 2008

Los pescadores

-Rulín- dijo mi tío Luis a mi tía Isabelita- me voy a hacer pescador.

Y desde ese momento, una de las principales aficiones de mi tío fue la pesca.

-Mira Paquito - me dice un día de pesca, mientras me enseña como poner un anzuelo en la cañita que me ha dejado - ten mucho cuidado al manejarlo porque, como ves, el anzuelo puede entrar con facilidad en la carne, pero luego tendrían que cortarte con un bisturí para sacártelo.

Y con paciencia y cariño, el hombrón boxeador y con la nariz chata por haberle quitado el tabique nasal, me enseña los pasos fundamentales del dificilísimo arte de la pesca con caña y corchito.

-Ten en cuenta que uno no es pescador hasta que ha pescado un llobarro (lubina). Yo llevo ya casi un año y no he podido todavía pescar ninguno. Con paciencia, el tío te enseñará y ya verás lo que nos vamos a divertir pescando los dos.

Y Paquito tira al agua su sedal con el corchito y el ammet (anzuelo) con su gusanito para engañar a los peces y ver si tiene suerte y le pica algún pescadito.

De pronto, el corchito se hunde en el agua, doy un tironcito como me ha dicho mi profesor, llamo a mi tío que, desde lejos, me felicita con la mano y voy recogiendo el hilo y... ¡en al anzuelo tengo un llobarro grandecito y lustroso!.

No se que les pasó ese día a mis tíos que el estuvo el resto de la jornada malhumorado y murmu-rando por lo bajo y mi tía haciendo esfuerzos para no reir, mientras metía en la cesta los 15 o 20 peces que yo había pescado y entre ellos destacaba el llobarro.
Y reconozco que a veces, contener la risa es difícil...

-¡Ysabelita, mira lo que me he comprado! - nos dice mi tío desde el otro extremo del pasillo. Y mi tía y yo que estamos sentados en la mesa, esperamos que aparezca mi tío por la puerta del comedor. Lo curioso es que al andar por el pasillo se oyen unos extraños sonidos como ... plas, plas, plas...

De pronto se abre la puerta y aparece vestido de hombre rana, con el traje de neopreno, las gafas, las aletas y una autentica chulada de rifle submarino.

Mi tía no podía contener la risa, pero yo estaba maravillado... ¡que cosa mas extraordinaria!, ¿me lo dejaría gastar mi tío, me serviría a mi cuando fuera un poco mas grande?. Yo no recuerdo que mi tío gastara nunca el traje, yo si que heredé las gafas, el cinturón de plomos y las aletas al cabo de algún tiempo y me sirvieron en la temporada que pasé aprendiendo submarinismo en el CIAS. Después fueron heredadas por mi sobrino Jose Angel.

Y puesto que pescar bajo el agua era complicado, mi tío decide irse a Cullera a pasar la tarde pescando para que mi tía le hiciera un buen "arros a banda" el fin de semana.

Mi tío prepara seis o siete lanzadoras, una o dos con corchito, el salabre, la sillita, los anzuelos, plomos, gusanitos, etc, etc, etc... lo carga en el ascensor, lo saca todo a la calle apoyándolo en una pared cerca del coche y va a abrir el coche, lo abre, se monta, lo pone en marcha y se va...¡¡¡¡¡¡¡!!!!!!!

-¡Paquito, Paquito, corre que el tío se ha dejado las cañas en la calle, baja a por ellas que se las van a quitar! - exclama mi tía Isabelita.

Y Paquito corre escalera abajo para no tener que esperar al ascensor, recoge las cañas y demás accesorio y lo sube a casa.

-Ni se te ocurra reirte cuando venga el tío - me advierte mi tía - que vendrá de un humor de perros.

Y al cabo de unas horas, las suficientes para el viaje de ida, ver que no llevaba las cañas y volver, aparece mi tío, saluda y se mete en su despacho. ¡No ha pasado nada!, pero mi tía y yo sufrimos terriblemente cada vez que nos mirábamos y teníamos que aguantar las carcajadas que quería salir y no las dejábamos.

martes, 2 de septiembre de 2008

Perry Mason


Hoy es jueves. ¡Que bién!. Voy a ir con mi madre a casa de mi hermana Pepi a ver Perry Mason.

Naturalmente al principio de la televisión, no todo el mundo podía tenerla. El capital aprovecha las novedades para poner las cosas a unos precios exagerados.

Y nosotros, las cuatro perras que yo ganaba, mas la ayuda económica de mi tía Isabelita y mi hermana Pepi, servía para que no nos faltara de nada, pero no para gastárnoslo en cosas superficiales como una televisión.

Pero a mi me gustaba mucho la serie de Perry Mason y el día que lo ponían, mi madre y yo íbamos andando a casa de mi hermana. Salíamos de casa, atravesábamos las vías del tren por la pasarela (puente peatonal de hierro que todavía existe) y llegábamos a la casa de mi hermana en la calle de Los Centelles.

Y Paquito miraba extasiado aquel aparato que hacía unos meses no podíamos ni soñar. Ya lo decía una cancioncita que ya hace siglos que no escucho...

"La televisión, pronto llegará, yo te cantaré y tu me verás".

Y efectivamente, por aquella pantalla podíamos ver a "Mister Ed", un caballo que hablaba, heredero de la película de la Mula Francis, a Erta Frankel y sus muñecos, con Pepito y la perrita Marilyn, pero sobre todo a Perry Mason, el abogado que siempre resolvía el caso cuando a los tontos de los policías los había engañado el malo y habían confundido al asesino cuando encontraron al "ocsiso".

En aquella temporada tuvimos que aprender muchas palabras sudamericanas porque las películas venían traducidas y habladas desde Argentina o algún otro de los países ispanoparlantes de sudamérica.

La televisión era en blanco y negro y cada vez que cambiaban de lugar de emisión, de Madrid a Barcelona, nos tirábamos media hora con una cartita de ajuste y alguna melodía tonta. Estos espacios se hacían interminables. Pero nosotros seguíamos pegados al televisor hasta que salía un espacio que se llamaba "Últimas palabras" o algo parecido, un letrero de despedida que te decía que "con esto y un bizcocho hasta mañana a las ocho" y dejaban de emitir. ¡Y todavía seguíamos unos minutos mirando embobados la pantalla con los puntos de no haber emisión y el bbbzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzz.

Después, mi madre me ponía el abrigo y la bufanda, mi hermana le daba dinero para que cogiéramos un taxi y nos íbamos para casa.

Era el momento en que mi madre me decía...

-Ves Paquito , la Pepi me ha dado dinero para coger un taxis, pero nos vamos andando y así podemos emplear este dinero en otra cosa.

¡Menos mal que entonces podías ir por Valencia con toda la tranquilidad del mundo!. Ahora esto sería impensable, una mujer guapa y un jovencito (prácticamente un niño) sin lugar a dudas serían asaltados por aquellos lugares sin un alma y de noche. Entonces, ni nos pasaba por la cabeza que alguien pudiera hacernos nada, ahora podríamos sentirnos afortunados si solamente fuéramos asaltados y nos dejaran vivir. ¡Progreso?.