jueves, 8 de mayo de 2008

De la riada, viejecitas meonas y cocodrilos.


Al pedazo de mi calle de Jesús no llegó la riada.

Recuerdo haber ido a ver el agua y esta llegaba aproximadamente por la finca Roja. Aunque es posible que esté equivocado porque yo era muy pequeño.

Lo que si que recuerdo es que no teníamos agua y teníamos que ir a la “estacioneta” de Jesús a un grifo del que todos nos surtíamos. En él hacíamos las colas para llenar unos cuantos cacharros, normalmente los pequeños de la casa.

La estación era uno de los puntos mas concurridos, desde ella salían los “trenets” para las comarcas del sur de Valencia y a ella llegaban todo tipo de personajes. Uno de ellos eran gran cantidad de mujeres mayores, a las que no se poner edad, pues en aquella época, una mujer era mayor a los 30 y vieja a los 40. Este no era el caso de mi madre que siempre fue una adelantada para su época y viuda y con 3 hijos supo mantenernos y criarnos con una educación muy superior a la que actualmente veo en muchas familias.

Estas mujeres mayores vestían de negro y con faldas largas. Esto, el moño recogido y un delantal era algo que llevaban todas, de suerte que era, desde lejos, imposible diferenciar a unas de las otras. Estas faldas largas y la semiclandestinidad, les daban una posibilidad muy cómoda. Como nosotros vivíamos enfrente de la “estacioneta” veíamos llegar a las ancianas con sus largas faldas, su delantal, su moño y en ciertas ocasiones notabas que se paraban, se separaban un poco las faldas, se quedaban muy quietas durante unos instantes y continuaban su camino dejando en el suelo un pequeño charquito. Esto era comodidad.

Mientras estábamos en la cola escuchábamos el comentario de la gente, todos hablando de la riada, cada uno contando la anécdota que le habían contado y adornándola con algunos retazos de su propia imaginación y algunos haciendo propias las peripecias de los salvamentos.

- ¡Hasta aquí me llegaba el agua!, ¡La corriente tenía una fuerza tremenda!, ¡Si no es por mí que me lancé a sujetar a mi vecina Manuela, se la lleva el agua!.

Y nosotros atendíamos para luego ir a contárselo a mamá añadiendo también algo de nuestra cosecha.

- Pues un niño ha dicho que por encima del puente pasaban cocodrilos. Dice que estaban enterrados en el barro desde la época en que mataron al Dragón del Patriarca. El agua los ha soltado. ¿Aquí no pueden llegar, verdad mamá?.

- ¡Paquito!, cada día eres más tonto. ¿Qué no sabes que en Valencia no hay cocodrilos?. Te lo crees todo.

- ¿Y el que hay en la casa de los zapatos que?.

- Pero si ese yo creo que está muerto.

- No, que cuando le tiras una perra por el agujero se mueve.

Y es que en el centro de Valencia había una zapatería que, en una especie de pecera, a la entrada de la misma, tenía un cocodrilo pequeño. El pobre animal, no podía moverse pues la pecera era más pequeña que él. Al estar tan quieto, los niños (y no tan niños) le tirábamos alguna moneda de 5 céntimos por un agujero a ver si con el golpe de la moneda el animal se movía un poco. Que yo recuerde, no lo he visto que lo hiciera nunca, aunque una vez salió la noticia (en la tirada del periódico del día de los inocentes) que el dicho cocodrilo se había escapado y corría por la plaza entonces llamada del Caudillo.

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