jueves, 17 de abril de 2008

El Tranvieret



Mis dos hermanas eran muy guapas.
No es que yo las viera guapas, ¡eran guapas!. Yo lo sabía por la cantidad de chicos que las cortejaban. Sobre todo a la pequeña, porque la mayor, al llevarme catorce años, yo la he conocido siempre, o con su novio Angel o casada.
Verdaderamente yo no recuerdo cual de mis dos hermanas le gustaba al “tranvieret”. Pero que le gustaba era un hecho ya que lo demostraba de una manera estrepitosa cuando pasaba por el frente de mi casa.
Entonces, los tranvías eran básicamente unas ruedas encajadas en unos railes, la estructura del tranvía de madera y un trole con una rueda que encajaba en un tendido eléctrico que unos postes mantenían tirante sobre las vías.
Había dos personas que llevaban estos vehículos, el cobrador, que estaba en la parte de atrás, que era por donde se subía y él más importante, el conductor.
En realidad, la tarea del conductor era muy sencilla. Se limitaba a girar una manivela que hacía que el motor eléctrico girara a mayor o menor velocidad. Si giraba totalmente la manivela y el tranvía se quedaba sin corriente, pues se paraba.
El trole se salía con mucha frecuencia de la línea eléctrica y entonces tenía que bajar el cobrador a, tirando de una cuerda, volver a encajar la rueda en el cable.
Si patinaban las ruedas de hierro sobre las vías, el conductor tiraba gravilla por una especie de embudo que la hacía caer delante de las ruedas y el tranvía se ponía en marcha.
Naturalmente el tranvía hacia un recorrido circular, por mi casa pasaba el número 11 y el número 9. Los dos llegaban hasta la estación del Puente de Madera, pero uno a la vuelta llegaba hasta el cementerio y el otro se quedaba en el Mercadito de Jesús.
¡Y cada vez que el “tranvieret” pasaba por delante de mi casa, pasaba haciendo sonar la campana del tranvía para que mi hermana supiera que pasaba!.
No sé si fue él, o algún otro medio novio de mi hermana, me regaló un reloj. Yo estaba contentísimo con el, pero un día, vi a un vecino pequeño comiendo algo recojido de la basura se lo quité para tirarlo, con tan mala fortuna, que fue a para en medio de las vías, no solamente la basura sino que, saliéndoseme de la muñeca se fue el reloj. Por supuesto quedó destrozado.
Yo no sabía como decirle a mi hermana que había roto el reloj de su amigo.
Y llegó mi hermana, venía furiosa, había reñido y lo primero que hizo fue pedirme el reloj para romperlo y devolvérselo roto. Yo, “comprendiéndola” se lo alargue quitándole ya el trabajo de destrozarlo. ¿Qué habrá sido del “tranvieret”?. ¿Se acordará todavía de aquella muchacha de la calle Jesús a la que tocaba furiosamente la campanilla de su tranvía?.

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