domingo, 20 de abril de 2008

El Coloso


Era alto, inmenso, esbelto, era un eucaliptus bellísimo.
Estaba en el patio del colegio, nos daba sombra y nuestras madres recogían sus hojas para ponerlas a hervir y perfumar la casa.
¡A cuantos niños habrá observado desde su cúpula mayestática!. Cuantos "corros del chirimbolo", cuantas veces nos habremos arrimado a el para taparnos los ojos y contar veinticinco mientras nuestros amigos se escondían.
Desde la galería de mi casa parecía que ocupaba todo el horizonte y de vez en cuando nos llegaba el intenso perfume de sus hojas que competía, en invierno, con el maravilloso perfume del azahar que nos llegaba de los campos.
Estaba en el colegio de las chicas, nosotros los chicos, ocupábamos otro patio y no gozábamos tan a menudo de su protectora presencia.
En este colegio aprendimos a leer, yo con Don Itropio (palabra de honor que se llamaba así). Recuerdo que teníamos unos pupitres en los que había un pequeño recipiente con la tinta. Entonces, todavía no estaba de moda el bolígrafo y los niños llevábamos nuestros guardapolvos con alguna que otra mancha de tinta.
Después de tantos años, todavía tengo en mi olfato el dulzón olor de los libros cuando empezábamos las clases. Era un olor que se te queda en el olfato y el alma. De papel, de goma de borrar, de los lápices "Alpino" recién estrenados, de esa cartera con las libretas, todavía inmaculadas. Ese olor no se olvida, no solamente forma parte de nuestra infancia... es nuestra infancia.
Hubo una temporada que, a media mañana, nos llamaban para darnos un vaso de leche "de los americanos", era buena, muy buena, pero nunca podía ser igual que aquella leche blanca que me daba mi "mama", una leche que ella hervía y formaba una costra de nata amarillenta a la que agregaba un poco de azucar y Paquito se comía con deleite.
Yo no recuerdo que nos hayamos pegado nunca, ni los maestros nos trataran mal. Guardo todo el cariño para ellos, que nos enseñaron a ser personas ante todo y después, a amar los conocimientos y querer saber cada día un poco mas.
Con el tiempo me he dado cuenta de que el mundo lleva el mismo camino que nuestro eucaliptus. Nos protegió, nos dio sombra con su inmensa cúpula, perfumó nuestra vida y nosotros le pagamos talándolo. Su pongo que su madera habrá sido convertida en serrín y posiblemente forme parte de algún tablero.Quiero pensar, que este tablero forma parte de alguna mesa donde algunos niños leen historias maravillosas de koalas y canguros y de este modo siga teniendo alrededor a sus queridos pequeños amigos.

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